Americans Orson Welles and Ernest Hemingway, those great figures of the worlds of film and literature, were contemporaries. They met often, particularly in Ronda, where they used to go to pursue their afición a los toros. Indeed, Welles is buried on a finca just outside Ronda; Hemingway shot himself in Idaho, USA.
The first time they met, however, they didn’t hit it off, although they did hit each other, it seems!
Málaga-born writer Miguel Ruiz Trigueros, who lives in Ronda, wrote this piece about their first encounter for The Olive Press ten years ago. Don Pablo thought it would be a great read for Spanish language-learners. Something to get their teeth into.
With Miguel’s agreement it is reproduced in full here.
Happy reading!
Pelea y güisqui: El primer encuentro de Welles y Hemingway
By Miguel Ruiz Trigueros
El origen de las diferencias entre Ernest Hemingway y Orson Welles, puede rastrearse hasta una tarde en un hotel de Madrid en plena guerra civil. Los nacionales asediaban la ciudad y los republicanos se aprestaban a defenderla.
Las bombas caían sobre la Casa de Campo y toda la ciudad respiraba un aire numantino. Hemingway discutía con el cineasta holandés Joris Ivens los detalles sobre su documental, “Tierra de España”. Había redactado el guión y faltaba una voz para la narración. Orson Welles se encontraba también en la ciudad e Ivens sugirió al cineasta como narrador. El desencuentro entre los dos norteamericanos fue elocuente. Welles inició las hostilidades: “La narración es demasiado farragosa. Hay frases excesivamente cargadas y pomposas, si habéis pensado en cosas como los rostros de los hombres que se enfrentan a la muerte, deberías saber que esos rostros en la película serán sin duda alguna, mucho más expresivos que esas palabras gastadas. ¿No sería mejor simplemente mostrarlos sin palabras añadidas?” Hemingway estalló. Sus argumentos fueron también hirientes. Sabía que Welles venía de dirigir el Teatro Mercury y argumentó sobre lo inadecuado de la voz de Welles, tildándola de demasiado aterciopelada como para narrar una contienda de hombres: “Ustedes afeminados jovenzuelos del teatro ¿Qué sabéis de la guerra auténtica? Tu voz suena como la de un chupapollas tragando”. El resto de la anécdota es previsible. Orson Welles imitó ciertos gestos femeninos burlándose de Hemingway e ironizando respecto a su hombría. Hemingway se armó de una silla, acto que fue imitado por Welles. Fue la intervención del estupefacto Joris Ivens lo que condujo a un precario armisticio firmado entre generosos vasos de whisky. La herida estaba ya sin embargo abierta.
La anécdota ilustra dos formas distintas de entender algo que terminaría uniendo a los dos artistas. Amantes ambos del mundo de los toros, cada uno lo entendió a su manera, cada uno sacó sus propias conclusiones.
Hemingway hablando de su literatura expresó que el secreto de su éxito residía en no saber escribir. La declaración puede resultar un acto de humildad, pero no es cierto. Ese “no saber escribir” es la irrupción de una nueva forma de narrar; un estilo basado en frases cortas y contundentes como en el periodismo. En Hemingway importa lo directo, lo eficaz, sus escritos son como manifiesta el personaje de María en Por quién doblan las campanas: “En las montañas sólo hay dos direcciones, hacia arriba y hacia abajo” Hemingway aborrece el circunloquio. Su visión del mundo de los toros es equivalente. Una vez dijo que iba a España a ver algo “simple y bárbaro”. Los toros siempre representaron para él la sacralización de lo masculino. Se interesó por la técnica, el nombre de los diferentes lances, sabía diferenciar entre los naturales de su amigo Antonio Ordóñez. Por encima de todo le interesó ese enfrentamiento con la muerte que no tiene nada de ambiguo: lucha simple y descarnada.
Hemingway es siempre fiel a sí mismo Welles, por el contrario es una sucesión de personajes, es Otelo, es Falstaff, es la palabra misteriosa del ciudadano Kane; se mueve en un universo shakesperiano que admite la ambigüedad y los matices. El mundo de los toros es para él un terreno ambiguo. Las imágenes taurinas se repiten en sus obras siempre revestidas de un halo esencialmente sexual. El toro es masculino, el torero no siempre lo es y ahí estriba la ambigüedad de la Fiesta. Al toro macho de pitones enhiestos, el torero contrapone un mundo que no es estrictamente varonil. En un momento dado en su finca de California busca a un torero para que le enseñe suertes con una vaquilla a Rita Hayworth. No es casual que celebre la aparición de la torera Conchita Cintrón. Aquello ponía de manifiesto su idea esencial. Si el toro es el representante del principio masculino, entonces sólo puede ser derrotado por una mujer. Fiel a este principio llega a calificar a la torera como “Caballero sin armadura”; frase que constituye en sí misma un monumento a lo ambiguo.
Hemingway se suicida en su casa de Idaho. Su muerte es la constatación de que las montañas solo pueden subirse o bajarse. Tocaba bajar y decidió despeñarse por una ladera. No había otra salida; la vida no admite circunloquios. Orson Welles muere de muerte natural y decide que sus cenizas reposen en un pozo de Ronda. Mientras Hemingway opta por una muerte que tiene algo de torero en su libre aceptación, Welles escoge hacerse uno con esa tierra donde se escenifica el toreo mismo.
Cerramos con otra anécdota: En cierta ocasión el guionista Peter Viertel le preguntó a propósito de “The Sacred Beasts” quien era el anciano enamorado de los toros si Hemingway o él mismo. “Ambos” respondió contundente Welles.
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Miguel Ruíz Trigueros, nace en Málaga en 1961. Su familia se traslada siendo él muy joven a Latinoamérica donde estudia en universidades de San José, Ciudad de México y Estados Unidos. A partir de este momento, pasa gran parte de su vida cruzando el Atlántico de este a oeste. De este lado del mar, participa activamente en la revista «Tierra» de Málaga y «El Candil de Diogenes» de Ronda. Al otro lado efectúa diversos viajes por Sudamérica vinculado a varias ONGs. Desde 1997, fija su residencia de manera permanente en España. Miguel es autor de las novelas «Los bailarines de Kronvalda» (2.003) y “La Noche de Arcilla” (2.008).